Siempre me ha gustado imaginar mi vida en el futuro; es una costumbre que me ha servido desde que era muy pequeña para convencerme gradualmente de que toda idea puede hacerse tangible alguna vez.
Cuando tenía algo así como cuatro años, jugaba a la mamá y a la doctora, y me hacía a la idea de que al salir de mi trabajo, tendría un perro, un conejo, un pez, una tortuga o un pajarito esperándome en casa. Cuando el juego terminaba, corría hacia donde estuviera mamá y le pedía de todas las formas que conocía en aquel entonces, que me dejara tener una mascota. La respuesta, fuerte y clara de todas las veces, era un “no” que extinguía, al menos por ese día, toda intención de volver a manifestar mi deseo.
La rutina de imaginar, jugar y pedir la mascota se repetía día a día, hasta que una mañana de domingo, mientras me arreglaba para ir a la iglesia, teniendo algo así como unos seis años, transmitían un programa sobre los perros lazarillo, ejemplares de labrador, golden retriever y pastor alemán, que eran entrenados para guiar a las personas ciegas. A partir de entonces, ya no decía “mamá, por favor, déjame tener una mascota”, sino “yo necesito tener un perro guía”.
Durante los 12 años que me restaba vivir antes de alcanzar el más grande de mis sueños, me dediqué a cursar el preescolar, la primaria y la secundaria. Fui la niña fantasiosa de la infancia y luego una adolescente loca por el cine y la literatura, la música y los idiomas y con muy poco tiempo para meterme en líos, de modo que mamá no sufrió demasiado por mi causa. Mamá y yo hemos sido siempre muy unidas y puedo decir que entre mis planes favoritos están las tardes de películas, compras o helados con ella; tardes que por supuesto, una que otra vez terminaban en ese tiempo con “yo necesito un perro guía”.
Cuando terminé el colegio y estaba atravesando ese trascendental momento de la existencia en el que debía elegir lo que haría y dónde lo haría, el cuál por fortuna se hizo menos difícil debido a que mi profesión ya estaba decidida muchos años atrás, supe acerca de la Fundación Colombiana Para el Perro Guía Vishnú del Cyprés, un gran equipo de seres humanos que con el señor Pedro Jaramillo a la cabeza, emprendieron años atrás la hermosa labor de entrenar y donar perros lazarillos a las personas con discapacidad visual en Colombia. Teniendo en cuenta que son muchos los que desean contar con el incalculable respaldo de un cuadrúpedo en el día a día, el proceso de optar por uno de ellos toma su tiempo; sin embargo, yo era en ese momento una joven de 17 años con una intención superior a mí misma de tener perro guía, me había negado desde siempre a usar el bastón y además me restaban muy pocos meses para entrar a la Universidad del Rosario, a estudiar psicología. Necesitaba a ese perro, y lo deseaba más que cualquier otra cosa en la vida desde muy pequeña.
El mismo día que supe de la fundación, descargué los formularios de la web y los diligencié, el fin de semana siguiente visité las instalaciones para entregarlos y desde ese momento hasta abril de 2008, cuando me aseguraron que recibiría en mayo a mi perro, llamé todos los días a los entrenadores, porque de todas formas pensaba que si no me daban a mi lazarillo porque no me encontraran apta para recibirlo, a lo mejor se aburrían de mí y solo por eso decidían asignármelo. La fortuna, Dios, mi mamá, finalmente convencida después de muchos años, la energía de mis amigos y demás, se sumaron para que un lluvioso martes de mayo, la vida me reuniera con Kathya, mi perrita guía, la labrador retriever negra de siete años que camina a mi lado hace ya cinco años y ocho meses.
Entre mayo y junio transcurrió la fase denominada acoplamiento, que consiste en unificar el entrenamiento previo del perro con las características particulares del afortunado que va a convertirse en su amo. Durante este memorable mes, Kathya y yo nos hicimos una, aprendimos a leernos, encontramos el ritmo que nos convenía a las dos y nos preparamos para todas las cosas que íbamos a vivir a partir de ese momento.
Tuvimos poco tiempo para acostumbrarnos a la rutina, porque en julio de ese año ya entrábamos a la universidad, esto sería nuevo para las dos. (Continuará)
Por: Estefanía Gómez Olivella
Es admirable ver la facilidad de palabra frente a la expresión de sentir la compañía
y la felicidad de un animal tan capaz de dar respuestas que muchos de nosotros no hacemos. Felicitaciones para las dos.