
Tuvimos poco tiempo para acostumbrarnos a la rutina, porque en julio ya entrábamos a la universidad, esto sería nuevo para las dos. Lo cierto es que en julio del año pasado las dos nos graduamos como psicólogas después de cinco años de duro trabajo, y ahora ejercemos juntas, porque aunque su labor sea la de perrita guía, tengo la sensación de que muchos de mis pacientes me consultan también porque les gusta lo que reciben de ella: la calidez, la ternura y la empatía. Los perros perciben lo que sentimos los humanos y creo que Kathya sabe tanto de bordear obstáculos, como de limpiar lágrimas y abstenerse de saltar sobre niños recién salidos de quimioterapia.
A veces me pregunto cómo sería mi vida sin ella y francamente no se me ocurre una respuesta. Ya perdí la cuenta de los accidentes que me ha evitado, jamás me entero de los huecos, las alcantarillas destapadas y los andenes rotos que hay en la ciudad, porque ella sabe tomar decisiones por mi seguridad, así que todo esto es de mi conocimiento por los comentarios de la gente, mas no por mi propia percepción. Durante la práctica fue el mejor de mis recursos, porque los jóvenes con autismo, por ejemplo, se acercaban a mí y les era más fácil comunicarse conmigo si el punto de partida era Kathya. Cuando necesito ayuda en la calle para detener un taxi o cruzar la calle, cosa que en Bogotá no es conveniente hacer sin acompañamiento por razones obvias, la gente se acerca y me la ofrece sin pedirla, porque tienen deseos de acariciarla o de saber cómo se llama y qué es lo que hace por mí. Podría listar miles de razones para asegurar que mi vida es simplemente otra desde que Kathya llegó a ella: la libertad, la independencia, la autonomía, la seguridad, una motivación mayor para hacer las cosas, un interés superior en asumir riesgos, la mejor compañía, la entrega más fiel, una dulce responsabilidad que no me pesa y sí me hace feliz… eso es ella, el mejor de los regalos.
El día a día en esta ciudad no es fácil para la unidad funcional que ella y yo formamos, pues lamentablemente no existe un conocimiento y cumplimiento de las legislaciones que amparan el trabajo de los perros guía. Con frecuencia se nos niega el acceso a restaurantes, centros médicos e incluso a algunos medios de transporte; así pues, una de las habilidades que he ido desarrollando junto a Kath es la de argumentar a favor de la accesibilidad con perro guía. De más está decir que adicionalmente me he visto en la obligación de aprender la virtud de la paciencia pues después de explicar y exigir, he entendido que lo único que puede vencer las resistencias de la sociedad es el ver con sus propios ojos el trabajo de estos peludos y para fortuna mía, el de Kathya es sencillamente impecable.
Siempre que las puertas se abren, sucede que las personas descubren en mi perra guía un excelente comportamiento, que sumado a su gran capacidad para respaldar mi movilidad, deja en claro que el riesgo que se corre permitiendo a los perros guía el acceso a todo espacio, es desear que vuelvan.
Cada vez que se crucen con un perrito lazarillo, piensen que de seguro ha vivido un estricto proceso de adiestramiento y que además de guiar a quien sea su afortunado usuario, él conoce y respeta una rutina para alimentarse, ir al baño y jugar, que día a día recibe los mejores cuidados, que es aseado con suma responsabilidad y que recibe mucho amor. Si en algún momento presencian un episodio contrario a lo que les estoy comentando, piensen también que todo perrito guía es simplemente el resultado de lo que hace su usuario.
Recuerden también que los perros lazarillo no son mascotas, sino animales educados para un propósito específico, por eso no hay que temerles, no son agresivos; no son animales tristes, es sólo que cuando hacen su trabajo permanecen muy concentrados; no son robots, de modo que pueden cansarse o cometer algún error de vez en cuándo; pero cuando no tienen el arnés de perritos guía, juegan igual que cualquier perro, disfrutan de los alimentos, las siestas y demás.
Durante estos cinco años y ocho meses, Kathya ha sido mi compañía en los paseos por el parque, en el médico, en los museos, centros comerciales, en el cine, en los conciertos, en los viajes y en el trabajo. Es la mejor pasajera en los aviones, pues al parecer volar la relaja: es cuestión de subir al avión y muy pocos minutos después, está profundamente dormida; es una excelente viajera, porque se acomoda a cualquier ambiente, y puede disfrutar tanto de una caminata a través de una empinada calle manizalita como de un baño en el mar; tiene una paciencia infinita, sabe esperar cuando vamos de compras y mi indecisión me hace visitar diez almacenes diferentes antes de adquirir algún producto… ella es sencillamente la mejor de las compañías.
Quiero terminar explicándoles en una pequeña frase, por qué Kathya es tan importante para mí: mi ceguera es congénita, pero cuando ella llegó a mi vida, trayendo consigo esa particular sensación de libertad y seguridad, comencé a distraerme de mi discapacidad. Pasé de ser una persona ciega a ser una persona con su perrita guía, y les aseguro que me gusto más así.
La energía, la ternura, la docilidad, la entrega y la inteligencia de Kathya, dieron un rumbo totalmente distinto a mi existencia, y día a día me hacen más sensible a las necesidades de los demás. Ciertamente ella es una gran perrita guía, pero por encima de eso, es esa partecita de mi vida que siempre me hace sentir agradecida y feliz.
Por: Estefanía Gómez Olivella
muy buen testimonio, felicitaciones a las dos!